“Yo inventé la bomba de contacto”

  • Hace 40 años en la primera insurrección de Monimbó en 1978
  • “Julián” el monimboseño revela cómo fabricó el poderoso explosivo
  • A un helicóptero de la guardia somocista lo ahuyentaron con cohetes de vara
  • Patrullas de guardias fueron aniquilados por las mortales bombas de contacto

David Gutiérrez López

La Guardia Nacional había reprimido con balas y gases lacrimógenos lanzados desde un helicóptero, una manifestación de mujeres y niños el 19 de febrero, después de una misa en memoria del periodista Pedro Joaquín Chamorro, asesinado el 10 de enero de 1978. Desde el helicóptero lanzaban latas de gases que asfixiaban a los pobladores.

La respuesta popular en ese momento fue utilizar cohetes de vara para ahuyentar el aparato. Lázaro García López, de 74 años, mejor conocido como “comején”, apodo que sobrelleva toda su familia y descendencia, de oficio pirotécnico recuerda muy bien cuando en medio de la lucha llegó hasta su casa y taller su compadre, el profesor Armengol Asunción Ortiz, “Choncito”, a solicitarle si podía elaborar un artefacto explosivo de potencia que pudiera servir de arma letal contra el poderío militar de la guardia de Somoza.

“Choncito”, un joven de baja estatura, pelo lacio y rasgo físicos de autóctonos de la zona, estaba vinculado al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y se encontraba organizado y dirigiendo la resistencia, desprovisto de armas. Apenas contaban con algunos revólveres calibre 22 y 38 milímetros, viejas escopetas y rifles 22.

La solicitud de “Choncito” a Lázaro le causó risa y arrechura, confiesa 39 años después, por el tipo de pedimento que lo comprometía a él y ponía en riesgo a su familia.

Preparando el “condimento”

Sin prometer nada, el entonces joven artesano de la pirotécnica, experto en la elaboración de productos de pólvora (cohetes de vara y bombas de mecates, utilizados en las celebraciones religiosas), se entregó con ahínco al pedimento del compadre.

“Yo no era guerrillero ni estaba metido en nada, pero me dedique a preparar el “condimento”, narra Lázaro. Tomó papel kraft y empezó a combinar aluminio negro, azufre y antimonio, este último elemento químico al estallar provoca una nube color rojizo que causa ceguera momentánea y sirve como cortina de humo. A esa combinación explosiva le añadió piedrín. Lázaro confiesa que sintió temor que le estallara en las manos. Fue apretando aquella combinación química con cuidado y sellando con cinta adhesiva hasta lograr una especie de bola, parecida a las que se juegan en el béisbol callejero.

Lázaro trabajaba en silencio y compartimentación hasta altas horas de la noche en la elaboración de aquel artefacto que posteriormente se convertiría en arma letal contra los guardias de Somoza. Cuando hubo preparado varias “pelotas” Lázaro se las entregó a “Choncito”. Las colocó sobre una esponja, como especie de almohadilla para evitar que cualquier golpe o roce provocara el estallido.

Las metió en una bolsa vieja y sucia de cemento simulando llevar desechos de construcción para despistar a los “soplones” que pudiesen alertar a los gendarmes.

 

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