Doña Juliana Juárez Blanco viuda de Cerna: He sido más o menos feliz

Doña Juliana Juárez Blanco, dentro de algunos meses va a cumplir 90 años, pero todavía se mantiene como un roble, simpática, muy independiente y con mucho amor a la vida, rodeada de sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos. “Yo he sido más o menos feliz”, afirma esta admirable madre, a manera de epílogo sobre sus intensos, sufridos y felices años vividos.

De inicio nos dice en esta entrevista que siempre le ha gustado ponerse sus dos apellidos de soltera, aunque desde hace un poco más de 29 años es viuda del padre de sus siete hijos, don René Cerna. “Desciendo de un sabio Juárez”, expresa orgullosa de ser bisnieta del doctor Gregorio Juárez, quien fue un insigne notable leonés perennizado en un busto levantado cerca de la entrada de la iglesia La Merced.

Sentada en una silla “abuelita” en el porche de su casa, doña Juliana nos cuenta algunos rasgos de su “más o menos feliz” vida. Leonesa autóctona, nació y habitó en el barrio El Calvario hasta que nacieron y se habían casado casi todos sus hijos, cuatro mujeres y tres varones, uno de ellos el ahora secretario de organización del Frente Sandinista, Lenin Cerna.

Estudió hasta sexto grado y sin ningún reparo recuerda que se dio “la gran vida”. Todavía tiene muy fresco en la memoria cuando se divertía en las fiestas, bailando la música de la época, como los boleros de Agustín Lara o los clásicos valses, pero también cantando las canciones de Pedro Vargas en una emisora de León. “Creo que era la radio Darío”, comenta, tras hurgar sus recuerdos.

En ese entonces, no había obstáculo que se le interpusiera para participar en las grandes fiestas que los universitarios hacían para darle la bienvenida a los de nuevo ingreso. Sus amistades la llegaban a traer a su casa. “Era muy querida, para todo era la Juliana aquí, la Juliana allá”, cuenta, sin imaginarse en ese tiempo de juventud los sobresaltos y sufrimientos que tendría muchísimos años después.

Un salvadoreño que iba de paso por León un día de tantos, que era especialista en zapatería, vio a aquella joven alta y hermosa de pelo negro y ya no quiso volver más a su país. Se llamaba René Cerna y era 10 años mayor que ella. “Cuando me casé tenía como 24 años, me cuidé bastante”, manifiesta, para señalar jocosamente el contraste que ha habido entre ella y sus nietas y bisnietas que “salieron más inteligentes que yo”, al tener hijos muy jóvenes.

Madre trabajadora

En León nacieron sus siete hijos Goldi del Pilar, Lenín, Engel, Nora, Ismania del Carmen, Ninoska e Iskandar. Y como la gran mayoría de las mujeres nicaragüenses, doña Juliana ejercía doble trabajo: ama de casa y brazo derecho de su marido en la fábrica de calzado que habían montado. “Yo llevaba las cuentas, los pedidos, hacía las compras de los materiales en Managua”, recuenta con satisfacción, pues el negocio era tan boyante que decidieron emprender otro taller donde fabricaban zapatos para niños.

Al cabo del tiempo, sus hijos se fueron casando. Fue entonces cuando dispusieron vender sus fábricas y venirse en 1960 a Managua, a vivir a un barrio llamado Buenos Aires, cuyos alrededores actualmente han sido tragados por el inmenso mercado Oriental. Aquí instalaron otra fábrica de zapatería y una enorme pulpería. “Tenía tres refrigeradoras, vendía carne de res y de pollo, queso, leche, y dos grandes estantes llenos de productos”, resume.

La vida tranquila que llevaban se les desquebrajó en poco segundos con el terremoto de 1972, pero salieron ilesos porque su casa fue una de las pocas que no se derrumbó. Nos obstante “se nos vinieron todas las cosas encima”, rememora. Solidarios, todos los productos que lograron salvar sirvieron para alimentar al vecindario que, junto con ellos, amaneció en media calle.

Tras pasar unos meses viviendo en Las Mercedes, donde su hija mayor, retornaron al barrio. Don René se encargó de construir una casa grande que parecía bodega, cuenta doña Juliana. Emprendedora como siempre, ella poco a poco volvió a instalar su venta y a vender galletas quebradas de la Nabisco Cristal al por mayor.

En eso estaba cuando un día de 1967 que fue a pagar los estudios de Lenin a la universidad donde estudiaba Química, le informaron que su hijo tenía tiempo de no asistir. Para nada sabía que él ya andaba metido en política, habidas cuenta a ella nunca le interesó simpatizar con ningún partido político. Cuando lo supo, más bien le aconsejó que no anduviera en esos peligros; “pero nunca nos hizo caso”.

A partir de ese momento vivía en constantes sobresaltos, sufriendo sin saber el destino de su hijo, porque desde que se había ido clandestino con el Frente Sandinista, “nunca recibí una carta, ni pequeñas razones de su existencia”. En una oportunidad que lo vio, se quejó de que “a todas las mamás sus hijos les mandan a decir cualquier cosa, sólo vos no”. Recuerda que Lenín le contestó: es mejor no saber, porque a uno le sacan las cosas.

Con el alma en vilo

Vivía con el alma en un vilo, pensando en la suerte de su hijo. Noticia que escuchaba o leía sobre la muerte de guerrilleros, corría a ver si lo reconocía entre ellos. “Una vez que habían matado a tres sandinistas, me dijo mi marido que qué sentía. Nada, le respondí. Me dijo que cuando le sucede algo a los hijos, la madre lo siente. Pero no siento nada, mi hijo está vivo, le insistía”. Su corazón de madre no la engañaba.

No obstante iba, como cuando fue a La Loma para saber si su hijo estaba entre unos cadáveres. Un coronel de la Guardia, que parece que la conocía, la tranquilizó asegurándole que no estaba; y otra vez en Masaya que la recibió un oficial para decirle que “no me preocupara, que Lenin no estaba ahí, que cuando sucediera algo él me lo iba a decir de inmediato”.

El día que la Guardia apresó a su hijo en 1968, ella inmediatamente se dio cuenta, pues ocurrió a pocas cuadras de su casa. Una muchacha que iba con él, y se salvó de ser apresada porque él la conminó a adelantarse al ver movimientos sospechosos, llegó corriendo a avisarle. “Me tocaba ir a verlo a la cárcel, primero a la Aviación, y luego del terremoto a la Modelo”, narra doña Juliana.

En esas condiciones conoció y se hizo amiga de las madres del actual presidente Daniel Ortega, de Jacinto Suárez, del extinto Carlos Guadamuz y de otros militantes sandinistas que estaban presos. “Los fines de semana nos justábamos todas para ir a verlos a la cárcel”.

Todavía recuerda nítidamente cuando una vez le llevó cocinado un hermoso guapote, que su hijo en vez de alegrarse le dijo que no le volviera a llevar nada. ¿Por qué?, le preguntó. “Es que no sólo soy yo, somos diez”, le respondió. Entonces “había que llevar diez nacatamales, diez pescados, diez de todo”, añade.

Doña Juliana relata que en otra ocasión ella y su hija mayor llevaron una olla de nacatamales, pero esa vez los carceleros no permitieron visitas, asegurándoles que ellos se iban a encargar de entregárselos a los muchachos. Sin embargo, cuando llegaron al fin de semana siguiente y le preguntaron si les habían gustado, su hijo se sorprendió porque ni los residuos habían visto.

El día que volvió la alegría

Los guardias se los habían comido. “Mi hija se enojó y les dijo a los guardias que le pagaran los nacatamales; y les pagaron”, dice un tanto convencida de que algunos carceleros eran buena gente, a tal grado que algunos “colaboraban con nosotras, les dábamos sus cositas para que le pasaran a los muchachos lo que les llevábamos”.

En ese trajín pasaba, cuando Lenin y los demás prisioneros políticos fueron liberados producto de la acción del Frente Sandinista en la casa de Chema Castillo el 27 de diciembre de 1974. Ella no pudo ir a despedirlo, pero sus hijas fueron al aeropuerto para verlo de largo subiéndose al avión que lo llevaría para Cuba. No lo vería más hasta años después en México, donde estuvo algunas semanas con él.

Poco antes del triunfo de la Revolución el 19 de julio de 1979, cuando ya Somoza estaba haciendo sus maletas para huir del país, un grupo de guardias llegó a su casa prácticamente a saquearla, mientras la apuntaban con sus fusiles a ella y a sus hijas. Eso es lo último que recuerda de la dictadura somocista.

No fue sino días después del triunfo revolucionario que volvió a ver a su rebelde hijo. Ella estaba en su casa, cuando se le apareció en una camioneta con su otro hijo Iskandar, que había combatido en los barrios orientales de Managua durante la insurrección final. “Me asustó cuando llegó de pronto”, refiere complacida.

Desde entonces, la alegría y la calma han vuelto a su vida, ahora con una gran familia que es como un pueblo, según ella. Como lo ha venido haciendo en los últimos años, este 30 de mayo, Día de las Madres, se arregla y se sienta “a esperar a mi gente”, que le organiza un fiestón para la ocasión, previo a una serenata mañanera. Igual le celebran su cumpleaños cada 15 de octubre.

Pese a las angustias que durante años pasó como madre, doña Juliana se siente agradecida con la vida, pues ninguno de sus hijos y descendencia no le han dado problemas. “Yo he sido más o menos feliz”, puntualiza.

(Publicado en la sección PERSONAJES de la revista Visión Sandinista,  del mes de mayo del 2008, Edición No. 157).

8 Comments

  1. Buen viaje a la eternidad madre mía de mi Alma y mi corazón, cuidanos desde donde estés mientras nos volvemos a reunir para siempre. Buen viaje mi reyna, mi guerrera, mi campeona, mi heroína favorita, te quiero en putaaaaaa.
    Hasta siempre mi amor 😪❤

    1. Quiero manifestar mi admiración por la mujer,la madre,la abuela,
      la emprendedora. Un gran ser humano
      Que dios la bendiga.

    2. Saludos Nora, de parte de Tato el amigo de infancia del chele y nadezda, recuerdo perfectamente la vez que la GN llego a catear las casas de ustedes, lo recuerdo muy bien por por años fuimos sus vecinos de al frente. Mi madre, doña Chila, y tu mamá fueron grandes amigas hasta sus ultimos dias, año con año mi madre esperaba la invitacion para la purisima de tu amada mamá.

  2. Extraordinario testimonio de una mujer extraordinaria. Su pensamiento y su ejemplo vivirá para siempre en el corazón del Sandinismo y la Revolución
    🤙💥🤝💖🌺🎻🎷🎶.

  3. Descanse en paz doña Jualiana Juarez Blanco. Madre orgullosa, luchadora y valiente, madre de hombres y mujeres sandinistas valientes orgullo de su patria Nicaragua.

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