Benjamín Norton (*)
La transformación dramática que China ha llevado a cabo en el último siglo no tiene paralelo en la historia humana. En el momento de la revolución de 1949, China era uno de los países más pobres del planeta. Había sido parcialmente colonizada por numerosas potencias extranjeras durante el Siglo de la Humillación. Estaba fragmentada e incapaz de defender su soberanía.
El Partido Comunista de China (PCCh), bajo el liderazgo de Mao Zedong, unificó al país y al pueblo, y emprendió el proyecto más extraordinario de desarrollo y modernización que jamás haya existido. Hoy en día, China tiene la economía más grande del mundo (cuando su PIB se mide en términos de paridad de poder adquisitivo) y es la principal superpotencia manufacturera del planeta, avanzando rápidamente en el desarrollo de tecnologías de punta.
El Partido Comunista de China (PCCh), bajo el liderazgo de Mao Zedong, unificó al país y al pueblo, y emprendió el proyecto más extraordinario de desarrollo y modernización que jamás haya existido. Hoy en día, China tiene la economía más grande del mundo (cuando su PIB se mide en términos de paridad de poder adquisitivo) y es la principal superpotencia manufacturera del planeta, avanzando rápidamente en el desarrollo de tecnologías de punta.
Antes de la revolución, la esperanza de vida promedio en China era de entre 33 y 35 años. Se había mantenido esencialmente en ese nivel desde mediados del siglo XIX. Tras la revolución, la esperanza de vida en China se disparó, alcanzando los 79 años en 2024, superando incluso a la de Estados Unidos. Este es solo un ejemplo de los cambios notables que se han producido desde el 1 de octubre de 1949, cuando se fundó la República Popular China.
La revolución puso fin al Siglo de la Humillación, expulsó a las potencias imperialistas extranjeras, unificó el país y restauró el control de China sobre su propio destino. Además, elevó significativamente el nivel de vida de los trabajadores; ha sacado de la pobreza a cientos de millones de personas, siendo responsable por sí sola de tres cuartas partes de la reducción mundial de la pobreza extrema.
La República Popular también estableció un nuevo tipo de política exterior, basada en la no injerencia y el respeto a la soberanía. Este principio sigue siendo una piedra angular de la diplomacia china actual, moldeando su insistencia en la igualdad entre las naciones dentro de un sistema internacional multipolar.
Logro decisivo: la reforma agraria

Entre los primeros y más decisivos logros del nuevo gobierno revolucionario chino, estuvo la implementación de la reforma agraria. Al redistribuir la tierra de los terratenientes a cientos de millones de campesinos humildes, el gobierno socialista desmanteló las estructuras feudales que habían oprimido a la mayoría rural de China durante siglos. Esta reforma no sólo abordó profundas injusticias sociales, sino que también liberó un enorme potencial productivo en el campo.
La reforma agraria redefinió la relación entre el trabajo y la propiedad, infundiendo un nuevo sentido de dignidad y pertenencia entre el campesinado. Sentó las bases para la posterior colectivización y, eventualmente, para las reformas rurales del período posterior a 1978, que equilibraron los mecanismos de mercado con las protecciones colectivas.
Otro componente clave de la Revolución China fue la liberación de las mujeres. Mao proclamó que “las mujeres sostienen la mitad del cielo”, expresión que encarnaba el profundo compromiso del PCCh con la igualdad de género. La Nueva Ley de Matrimonio de 1950 abolió prácticas patriarcales que habían oprimido a las mujeres chinas durante siglos, como los matrimonios arreglados y el concubinato.
Tras la revolución, las mujeres obtuvieron derechos legales sin precedentes, garantizando una igualdad formal completa con los hombres. Las mujeres se convirtieron en participantes activas en todos los sectores de la vida nacional: política, educación, industria y ciencia. Hoy en día, aproximadamente la mitad de los estudiantes universitarios en China son mujeres.

Desde los comienzos de la revolución, se comprendió que la educación era esencial tanto para la revitalización nacional como para la transformación social. China llevó a cabo enormes campañas de alfabetización en las décadas de 1950 y 1960 (de manera similar a como Nicaragua lanzó su transformadora Cruzada Nacional de Alfabetización en 1980, pocos meses después del triunfo de la Revolución Popular Sandinista). Estas campañas ampliaron dramáticamente el acceso a la educación, creando la base para los futuros avances científicos y tecnológicos de China.
Al mismo tiempo, se estableció una vasta red de universidades e instituciones de investigación. A pesar de los periodos de turbulencia, especialmente durante la Revolución Cultural (1966–1976), el compromiso a largo plazo con el progreso científico se mantuvo firme.
Líder mundial en infraestructura avanzada
Existe una línea directa que conecta la fundación de la Academia China de Ciencias en 1949 con el liderazgo actual de China en nuevos campos como la energía renovable, la inteligencia artificial y la computación cuántica. La investigación científica ha permanecido en el centro del modelo de desarrollo chino.
Asimismo, el desarrollo de la infraestructura china no tiene parangón histórico. La transición de una economía predominantemente agraria a la primera potencia industrial del mundo fue posible gracias a la construcción sistemática de redes modernas de transporte, energía y comunicaciones.
El siglo XXI ha sido testigo de la consolidación de la posición de China como líder mundial en infraestructura avanzada. Posee una red de trenes de alta velocidad que se extiende por unos 50,000 kilómetros, mientras que Estados Unidos no tiene ninguno. China ha construido puertos de última generación, extensos sistemas de transporte urbano y vastas instalaciones de energía renovable no solo dentro de sus fronteras, sino también en otros países, como parte de su Iniciativa de la Franja y la Ruta.
Estos logros reflejan no solo la excelencia ingenieril de China, sino también una comprensión estratégica del desarrollo como un proceso integral que combina crecimiento económico con sostenibilidad ambiental y bienestar social.
La razón por la cual China ha podido avanzar tanto es que el Estado ha sido el motor de ese desarrollo. Las empresas estatales son responsables de la inmensa mayoría de la construcción de infraestructura pública. Este es precisamente el motivo por el cual Estados Unidos no ha podido construir infraestructura de tan alta calidad: las corporaciones privadas, orientadas al lucro, no pueden obtener suficientes ganancias en ese ámbito.
Otro factor clave en el éxito de China fue la unidad del pueblo en torno al liderazgo del Partido Comunista. Esto ha permitido al país mantener la estabilidad política e implementar una planificación a largo plazo, en marcado contraste con el caos, la volatilidad y la corrupción que suelen observarse en las llamadas “democracias” burguesas, donde los líderes y los partidos cambian cada cuatro o cinco años, haciendo imposible llevar a cabo planes de desarrollo a largo plazo.
Democracia popular de proceso completo
Los rostros de los dirigentes políticos de esas “democracias” burguesas pueden cambiar, pero por lo general aplican las mismas políticas antipopulares y pro-corporativas que benefician a un pequeño puñado de élites a costa de la nación. El sistema socialista de China, en cambio, ha demostrado ser mucho más eficaz, basado en un modelo que denomina la “democracia popular de proceso completo”.
En el corazón del progreso de China reside la continuidad y la adaptabilidad de su liderazgo político. El Pensamiento de Mao Zedong proporcionó la base revolucionaria. Bajo Mao, China llevó a cabo una industrialización básica, mientras expandía masivamente la alfabetización y la educación. El país expulsó a los imperialistas extranjeros, se unificó y defendió su soberanía.
En 1978, el liderazgo chino reconoció que, a pesar de los grandes avances alcanzados, el país seguía estando subdesarrollado y necesitaba fortalecer sus capacidades tecnológicas. Ese año, el nuevo líder chino, Deng Xiaoping, inició el proceso de Reforma y Apertura, combinando el socialismo con los principios del mercado, lo que se conocería como Socialismo con Características Chinas.
Para acceder a nuevas tecnologías de punta, Deng y su principal economista, Chen Yun, promovieron la idea de acceso al mercado a cambio de transferencia tecnológica: si las empresas extranjeras querían ingresar al enorme mercado chino, debían formar empresas conjuntas con compañías chinas y compartir su tecnología. Esto impulsó el desarrollo tecnológico del país.
El secretario general posterior, Jiang Zemin, integró estas ideas formulando una Economía de Mercado Socialista. Continuó las reformas de Deng, utilizando la política industrial estatal para desarrollar las capacidades manufactureras del país. El siguiente secretario general, Hu Jintao, mantuvo el desarrollo económico, infraestructural, científico y tecnológico de China, preservando un modelo dirigido por el Estado que priorizaba la economía pública y los intereses de la clase trabajadora, al tiempo que permitía la operación de empresas privadas en sectores no estratégicos, con el fin de reducir los costos de los bienes de consumo e incentivar la innovación.
El actual secretario general del PCCh, Xi Jinping, ha perfeccionado aún más esta síntesis, poniendo énfasis en la innovación, el desarrollo de alta calidad y la civilización ecológica, al tiempo que promueve la prosperidad común para reducir las desigualdades surgidas con las reformas de mercado.
A la vanguardia del cambio global
Xi ha iniciado una nueva etapa, la tercera, en la historia de la República Popular China. La primera era, bajo Mao, se caracterizó por la Nueva Revolución Democrática y la construcción socialista. La segunda, iniciada con Deng, fue la de la Reforma y Apertura. La nueva era comenzó con la elección de Xi como secretario general del PCCh en 2012.
La visión de Xi del Socialismo con Características Chinas para una Nueva Era, articula una forma de modernización inseparable de su identidad socialista y del liderazgo del Partido Comunista. En esta nueva era, China también ha desempeñado un papel más activo en la escena internacional, manteniendo siempre una política exterior basada en la no injerencia y el respeto a la soberanía.
China ha lanzado cuatro iniciativas globales: la Iniciativa para el Desarrollo Global, la Iniciativa para la Seguridad Global, la Iniciativa para la Civilización Global y, más recientemente, la Iniciativa para la Gobernanza Global. Estos esfuerzos reflejan el concepto de Xi de una “comunidad global de futuro compartido para la humanidad”, una visión que rechaza las prácticas hegemónicas de las potencias imperiales occidentales y afirma la soberanía igualitaria de todas las naciones.
Este marco refleja la misma lógica que ha guiado la evolución interna de China: unidad en la diversidad, cooperación basada en la igualdad y progreso mediante el esfuerzo colectivo.
Al conmemorar 76 años de construcción socialista, China se posiciona no como un modelo que imponer, sino como un socio dispuesto a construir un mundo más equitativo basado en el beneficio mutuo. En estos 76 años, la República Popular China ha logrado una transformación sin precedentes: pasó de ser una nación dividida y empobrecida a convertirse en un país unificado, soberano y altamente moderno, líder mundial en desarrollo e innovación.
China está hoy a la vanguardia del cambio global, trabajando junto a gobiernos independientes y antiimperialistas como los de Nicaragua, Cuba, Venezuela, Rusia, Irán, Vietnam, Burkina Faso y Zimbabue, entre otros, para construir un nuevo orden mundial multipolar que rechace la hegemonía y promueva la cooperación de beneficio mutuo.
(*) Analista de política internacional.