Venezuela, la guerra ya perdida de Donald Trump

Venezuela, la guerra ya perdida de Donald Trump

Fabrizio Casari (*)

Las cañoneras apuntadas a las costas de Bolívar no obtienen el efecto esperado. Aunque el engaño mediático tenga naturaleza epidémica, esta vez el relato funciona poco y al cuento de Venezuela comprometida con el narcotráfico no lo cree nadie. Ni siquiera Gran Bretaña y Francia, acostumbradas a obedecer callando, han aceptado dejarse engañar por la aventura de los nuevos piratas del Caribe.

Si Estados Unidos quisiera realmente reducir la circulación de droga en su territorio, desmantelaría las decenas de carteles que producen fentanilo en más de 3,500 laboratorios clandestinos dentro de su propio país, arrestaría a los traficantes y bloquearía los activos bancarios y financieros que lavan las ganancias, muchos de ellos operando en Wall Street.

Resulta bastante extraño que, en toda su historia, la tristemente célebre DEA nunca haya realizado operaciones de relevancia contra la producción y el tráfico de drogas dentro de los mismos Estados Unidos. Curioso que recorra el mundo buscando quién produce y distribuye, pero no lo haga en su propio territorio, ¿no? Pero claro, todos conocen el objetivo existencial de la DEA: ejercer, bajo el pretexto de la lucha contra las drogas, un papel de penetración, control y dirección de los aparatos de seguridad en los países latinoamericanos, y poner las manos sobre las grandes producciones para orientarlas a su favor.

Su presencia militar en el Caribe carece de legitimidad y legalidad, ya que en los hechos amenazan la libre navegación y el libre uso del espacio aéreo, y se expresa en ataques injustificados a embarcaciones civiles pesqueras que no tienen ni de lejos el aspecto de ser correos del narcotráfico. Prueba de ello es que no son interceptadas ni detenidas, sino que se les dispara directamente, como confirmó el criminal al mando del Pentágono, sin preocuparse por quién esté a bordo, qué esté haciendo o si representa algún peligro. La idea es disparar primero y luego ver a quién. Eso se llama terrorismo de Estado, sin comillas.

El objetivo de la presencia naval en el Caribe es hacer colapsar la economía venezolana, forzar un cambio de régimen y tomar el control de las mayores reservas petroleras del mundo.

La centralidad del petróleo ha adquirido un carácter estratégico como nunca antes. Con el bloqueo a las importaciones de Rusia, Irán y Venezuela, el mapa de extracción y suministro de crudo es prioritario en la agenda política del trumpismo. A partir de sus propias necesidades, porque ni siquiera la desindustrialización impuesta por la financiarización (ganancias financieras por encima de la producción de bienes y servicios) de la economía ha reducido el consumo energético.

Sociedad energívora

El petróleo que abunda en Texas es light sweet crude. No sirve para las refinerías estadounidenses de la costa del Golfo, construidas hace 50 años para procesar crudo heavy sour. Estados Unidos necesita “petróleo pesado” para producir diésel y si el diésel se agota, se detiene la cadena de suministro estadounidense. Y, además, Estados Unidos produce diariamente 15,837.640 barriles de petróleo, pero consume 20 millones. Un déficit de más de 4 millones de barriles diarios.

Un desequilibrio nada fácil de solucionar para una sociedad cada vez más energívora: sus reservas comprobadas equivalen a 4,9 veces su consumo anual. Eso significa que, sin importaciones, tendrían petróleo para unos cinco años (a niveles actuales de consumo y excluyendo reservas no comprobadas). Muy poco para un país de las dimensiones y ambiciones de Estados Unidos. Insignificante para su comercio. Ridículo para transformarse en una amenaza, pese a que esa siga siendo la vía preferida en sus relaciones bilaterales y multilaterales con el mundo entero.

La guerra contra Venezuela es una de las guerras indirectas más largas jamás libradas por Estados Unidos en el subcontinente. Han intentado golpes de Estado duros y blandos; es decir, directos y mediante golpismo permanente, sanciones y embargos, e incluso nombraron por Twitter a un presidente que jamás fue candidato ni electo por nadie, con el fin de destituir a quien, como Maduro, había ganado legítimamente las elecciones.

Han confiscado los activos venezolanos y las empresas financieras de Venezuela, convencidos de que sancionando el petróleo venezolano, el mundo dejaría de comprarlo. Pero el mundo que les obedeció es el ex Occidente Colectivo, es decir, la porción de países que ya tienen su propio mercado energético. Los que no lo tienen, o no en medida suficiente para su desarrollo, siguieron comprando. Compran a quien vende un buen producto a buen precio. Les guste o no a Estados Unidos y a la UE, China compra, India compra. Y ninguno de los dos pagan en dólares.

Así, Venezuela se ha convertido en el primer laboratorio de un mercado petrolero post-dólar. Se vende en yuanes, en rupias y cada vez más en criptomonedas USDT (una criptodivisa diseñada para mantener un precio estable en el tiempo). Venezuela ha logrado construir un sistema inmunitario financiero que, al menos en parte, la protege de las sanciones occidentales, demostrando al mundo que se puede vender petróleo sin el permiso de Washington.

Foto de Portaviones

Pueblo movilizado y lealtad probada

La situación extremadamente problemática de la economía estadounidense -con una deuda ya impagable y un riesgo medio-alto de default en el próximo quinquenio, lo cual derrumbaría todo el sistema financiero global- eleva el nivel de amenazas, ya que una caída de esa economía arrastraría también a toda el área occidental anclada al dólar.

De ahí la urgencia: reducir el costo energético interno y, al mismo tiempo, presentarse como principal gestor de las exportaciones de petróleo y GNL (Gas Natural Licuado) explica, en parte, la desesperación política detrás de la decisión de desplegarse en el Caribe para amenazar a Venezuela. Pero más allá del hambre de petróleo de una economía descompuesta, que pronto podría ser incapaz siquiera de pagar sus propios bonos del Tesoro, hay otra cara de la moneda: la política.

Estados Unidos se encuentra frente a las costas de Venezuela con dos objetivos: la caída del gobierno de Maduro y el fin del ALBA. El primero ofrece dos caminos: un ataque directo mediante un falso casus belli o forzar, agresión tras agresión, una reacción venezolana que justifique atacar Caracas. La guerra psicológica es, por ahora, la vía elegida, pero ambas opciones pueden coexistir. La posibilidad de un ataque directo, ya amenazado a diario, parece problemática, todavía más para un ejército que viene de la derrota en Afganistán y en Ucrania.

Las fuerzas estadounidenses en el Caribe cuentan con 15,000 soldados, insuficientes incluso para tomar un solo estado de la República Bolivariana. Más aún frente a un gobierno que ha sabido movilizar a su pueblo y que cuenta con la lealtad probada de su aparato militar. Nadie puede imaginar una guerra contra Caracas como si fuera un juego de PlayStation de la U.S. Navy. Y tampoco se puede pensar en un Venezuela resignado que ofrece el cuello al verdugo, cuando se erige como símbolo del orgullo latinoamericano.

Si es atacada, Venezuela responderá con dureza y nada garantiza a Estados Unidos que Caracas no disponga de sistemas de armas capaces de golpear su flota. En la guerra psicológica se ha dado gran espacio a la presencia del portaaviones Ford, colocado allí para asustar a quienes no se asustan, pero que corre el riesgo de convertirse en un enorme boomerang. Porque un Orenschik de seis millones de euros puede destruir fácilmente un portaaviones que costó 17,9 mil millones de dólares. Mejor pensarlo dos veces, tanto por el daño económico como por el de imagen.

Esto, obviamente, no significa que no pueda producirse un ataque frontal, pero entre las opciones posibles, según su conveniencia y viabilidad, aparece como la más estúpida, la única que un minuto después de iniciada ya no se sabría cómo terminar. Sea cual sea la decisión de Trump, la certeza es que Estados Unidos quiere el fin del bolivarianismo venezolano.

Marcha en Apoyo a Maduro

El ALBA, única alternativa de modelo creíble

¿Por qué? Porque Venezuela es muchas cosas: protagonista (junto con Nicaragua y Cuba) del socialismo latinoamericano, desafío triunfante al modelo neoliberal, fracasado además de injusto. El ALBA es hoy en América Latina la única alternativa de modelo creíble, porque es la única doctrina socioeconómica orientada al reequilibrio social como motor de riqueza que, en su despliegue, puede reducir fuertemente la pobreza endémica de decenas de millones de latinoamericanos.

Frente al fracaso administrativo del modelo estadounidense, incapaz año tras año de cubrir un déficit público monstruoso y estructural, el socialismo latinoamericano ofrece lecciones de buena política y buena economía. Los modelos -distintos pero coherentes entre sí- de democracia popular en Nicaragua, Venezuela y Cuba, muy lejos de la divinización de las privatizaciones de servicios que anulan la universalidad de su provisión, presentan cifras y tesis muy alentadoras respecto a la solidez del Estado y, con ella, de la dirección política de la sociedad.

Además, para una administración fuertemente ideologizada como la de Trump, el llamado al socialismo y a la independencia y soberanía nacional choca violentamente con la idea de MAGA (Make America Great Again), que pretende para Estados Unidos el monopolio del concepto de nación y soberanía, interpretándolo como una especie de poder supranacional al margen de las limitaciones y obligaciones que el Derecho Internacional impone para salvaguardar la convivencia civil entre naciones y pueblos.

Reivindicar la independencia frente a la Doctrina Monroe se convierte así en un desafío político frontal, sin mediaciones posibles más allá del reconocimiento mutuo de legitimidad. Porque, al final, toda la historia de Centro y Sudamérica es esto: anexión o independencia. No hay terceras vías; quienes las han intentado solo han perdido el rumbo.

La sensación es que Trump, empujado por la gusanería de Miami dirigida por Marco “Narco” Rubio, se haya metido en un callejón sin salida y que la única salida posible sea negociar con Caracas para intentar transformar una idea descabellada en una iniciativa política, un estancamiento en una media victoria. Quizás Trump pueda decir que detuvo su novena guerra, la guerra contra Venezuela.

La reconquista estadounidense de Bolivia, Ecuador, Perú y Honduras no basta para resolver las contradicciones de un gigante que ya no es capaz no solo de mantener sus promesas coloniales, sino ni siquiera de prometer. Inútil fingir ser Papá Noel: nunca se ha visto uno que, en vez de entregar regalos, termine pidiendo ayuda al borde del camino.

(*) Periodista, analista político y director de Altrenotizie.org

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *