Resistencia firme del ALBA-TCP contra los piratas del Caribe

Resistencia firme del ALBA-TCP contra los piratas del Caribe

Fabrizio Casari (*)

La nueva y gravísima provocación estadounidense, que ha desplegado en el mar Caribe una mini flota de alta capacidad destructiva, está visiblemente dirigida hacia Venezuela, pero mantiene igualmente a Cuba y a Nicaragua dentro de su radio de acción posible.

Vista la absoluta falta de credibilidad del cuento del narcotráfico (que en un 85% de su volumen transita por el Pacífico e involucra a Estados Unidos, Colombia y México, así como -aunque con menor importancia- a Perú y Ecuador), se confirma más bien el intento de construir las condiciones para un incidente que dé inicio a operaciones militares contra Caracas en primer lugar, sin excluir la posibilidad de ampliarlas al conjunto de los países del ALBA-TCP.

No en vano la dimensión de la operación parece limitada en hombres y medios: se busca convencer a la opinión pública internacional del carácter meramente “reconocedor e interceptor” de la operación militar, en un intento de enmascarar su objetivo final, que es la agresión directa a Venezuela.

Que ello forme parte de una estrategia de distracción de masas frente a los fracasos en política exterior (Ucrania en primer lugar), en política social (recorte del residuo del estado de bienestar y desgravación fiscal a las grandes corporaciones, redadas de corte nazi contra los inmigrantes sin que ello vaya acompañado de una reactivación del mercado laboral sino más bien de su ulterior estancamiento) y, sobre todo, en política económica, con la deuda pública aumentada en 220 mil millones de dólares desde que Trump se sienta en la Casa Blanca. Todo ello ya ha costado varios puntos de consenso a Trump y, según las encuestas, alrededor del 57% de la población muestra señales de rechazo.

Pero, aunque estos elementos son importantes para entender la lógica y los objetivos que subyacen al fantasmagórico e hipócrita escenario de “guerra contra los narcos” en el mar Caribe, se debe tener presente que se trata de factores secundarios, susceptibles al contexto político. Lo que no lo es –pues constituye la lógica fundante y los objetivos primarios de la acción estadounidense contra Caracas–, porque lo esencial es la idea de apropiarse de los recursos estratégicos, en primer lugar el petróleo, pero también oro, tierras raras, alimentos y biosfera venezolana.

La idea que mueve a la Casa Blanca al presentar un submarino nuclear, buques de guerra, aviones y marines frente a las costas venezolanas es que, estando descartada la hipótesis de un posible levantamiento interno de unidades de las fuerzas armadas bolivarianas, resulta necesario concentrarse en la única posibilidad de golpear a Caracas: el uso directo de la fuerza desde el exterior, con la esperanza de generar el caos necesario para un derrocamiento del legítimo gobierno venezolano.

Binomio de intereses y fuerza

Es cierto que incluso la necesidad de encontrar un pretexto formal para un enfrentamiento aparece relativa: además de haber enterrado el Derecho Internacional en todas sus ramificaciones y haber anulado el valor de la Corte Internacional de Justicia, así como el de la propia ONU de la que la Corte forma parte, Israel y los propios EEUU han demolido definitivamente el concepto de acción/reacción en un escenario de conflicto político-militar, sustituyéndolo por el binomio de intereses y fuerza para obtenerlos. Está reducida ya a un anticuariado sin mantenimiento la dialéctica entre razón y abuso, entre derecho y atropello, entre fuerza y excesos en su uso.

La resistencia de Caracas, sostenida por Managua y La Habana, así como el respaldo (político) de Honduras, México y Colombia, escribe con trazo fluido el nuevo capítulo de la resistencia latinoamericana frente a las injerencias estadounidenses, sobre todo cuando se presentan bajo la forma directa de una provocación armada.

El pronunciamiento de la CELAC aparece asimismo como una demostración de unidad política sustancial de los 33 países latinoamericanos que rechazan la injerencia y las provocaciones de EEUU en el continente, definido no por casualidad como zona de paz y desnuclearizada, tal como lo expresó la Declaración de La Habana de 2014 en observancia del Tratado de Tlatelolco de 1967, que incluso fue antecedente del Tratado de No Proliferación Nuclear.

Así pues, la presencia de un submarino de propulsión nuclear viola ese tratado además de demostrar, con su manifiesta inutilidad militar frente a las presumidas embarcaciones de los narcos, la instrumentalidad de la narrativa estadounidense que inventa un falso storytelling para ocultar sus verdaderas intenciones.

La provocación reciente es, por desgracia, solo la última en el tiempo de la serie infinita de iniciativas y complots estadounidenses contra la paz y la democracia en el subcontinente. No se trata solo de la pertinacia y el cinismo (que desde luego no faltan) de funcionarios del horror con estrellas y franjas; hay también la conciencia de que el desarrollo social y político de cada uno de los 33 países latinoamericanos, como del subcontinente en su conjunto, lleva inevitablemente consigo el fin de toda dependencia política de Washington.

Pero los EEUU son perfectamente conscientes de que el fin de su dominio sobre el “patio trasero” dañaría gravemente su economía, socavaría en profundidad el escudo militar que los protege, reduciría de manera drástica su capacidad de influencia política y transformaría a la superpotencia en potencia, porque haría desaparecer el bloque que, junto a la UE, Canadá y Australia, acompaña y sustenta las aventuras políticas del imperio en decadencia.

Los manuales y mentiras ya no sirven

La resistencia existe cuando hay agresión y América Latina en su conjunto está plagada de agresiones, de México a Chile. Los cambios trascendentales ocurridos desde la difusión de la Doctrina Monroe hasta hoy son sobre todo de fachada, en el sentido de ser adaptaciones coherentes con la evolución de las técnicas de dominio.

Estas involucran la estructura general de la injerencia y del intervencionismo estadounidense en el continente, ya que abarcan la esfera económica, política, militar, jurídica e informativa y constituyen, en todos los efectos, la historia del golpismo: del derrocamiento del concepto más elemental de democracia, aquel que asigna a la voluntad de los electores la facultad de decidir quién, cómo y para qué debe gobernar un país.

La historia de la subversión del orden constituido, del engranaje entre golpes de Estado y expropiación de la legitimidad democrática, está a su vez llena de innovaciones técnicas y políticas. Estas conciernen a una reasignación constante de las formas del dominio tal como se presentan en los diferentes escenarios.

Desde la exhibición de los gorilas golpistas en los años 70, hijas de las teorías contrainsurgentes del ejército estadounidense desarrolladas en el continente asiático y luego ampliadas a las técnicas de guerra de baja intensidad de los años 80 –cuyo ejemplo sigue siendo el manual de la CIA que inspiró a la Contra nicaragüense– hasta las operaciones de golpe blando, copiadas al pie de la letra del manual de Gene Sharp y ensayadas primero en Venezuela, luego en Nicaragua, Cuba y Bolivia.

En el contexto actual, sin embargo, manuales y mentiras no sirven. Falta el presupuesto para su aplicación, dado que las quintas columnas del imperio en los respectivos países han sido anuladas por un trabajo inteligente de investigación, seguido de la reacción popular a los intentos golpistas. Por tanto, faltan el apoyo interno y la posibilidad de golpear por la espalda la estructura y la cadena de mando de las fuerzas armadas bolivarianas, así como de las sandinistas y cubanas.

La solidaridad de muchos países constituye un arma más para la defensa de la soberanía venezolana. La convicción general de que toda operación está destinada a la derrota, para el ALBA-TCP y los pueblos que representa, es ya la primera y más importante victoria.

(*) Periodista, analista político y director de Altrenotizie.org

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