El legado de Salvador Allende: ética y política en la vía chilena al socialismo

El legado de Salvador Allende: ética y política en la vía chilena al socialismo

Edgar Palazio Galo

La presidencia de Salvador Allende en Chile y su proyecto de gobierno socialista, representó un desafío casi inédito en el contexto de la Guerra Fría: desmantelar el sistema capitalista y construir una sociedad socialista utilizando exclusivamente los cauces de la democracia burguesa, respetando la Constitución y la legalidad republicana. La elección de Allende no solo fue un triunfo electoral, sino un faro de esperanza para las fuerzas progresistas del mundo, que vieron en Chile la posibilidad de una transformación social profunda.

Sin embargo, el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 no solo puso fin a un gobierno legítimo, sino que expuso una lección histórica brutal: que las clases dominantes, representadas por la burguesía y el imperialismo, están dispuestas a abandonar sus propios discursos democráticos cuando sus intereses económicos y de poder se ven amenazados.

Un compromiso ético con la democracia y la justicia social

Su figura está cimentada en una profunda fusión de humanismo y coherencia. Formado como médico, Allende desarrolló una sensibilidad innata por las condiciones de vida de los más vulnerables, una empatía que se convirtió en la base de su visión política. Para él, el rol del Estado no era el de un ente puramente administrativo, sino el de una herramienta para sanar las heridas de la injusticia social y restaurar la equidad.

En la década de los 70, en un continente plagado de dictaduras militares, Allende apostó por una senda inédita: la “vía chilena al socialismo”. Creía que un proyecto de transformación social profundo podía y debía llevarse a cabo dentro de las reglas del juego democrático burgués. Se presentó a la presidencia en cuatro ocasiones, lo cual demostró su fe inquebrantable en el voto popular. Su respeto por las instituciones, la Constitución y el Estado de derecho fue la brújula que guio su gobierno, una convicción que, irónicamente, se convirtió en una carga en el contexto de la polarización extrema.

La coherencia fue el sello distintivo de su posición ética. Su biografía es un testimonio de la consistencia entre lo que decía y lo que hacía. Allende era conocido por su probidad personal y por rechazar los lujos y privilegios. Su austeridad, en consecuencia, era un reflejo de su creencia en la igualdad social; no solo hablaba de socialismo, sino que vivía como un socialista. Esta integridad le otorgó una inmensa autoridad moral entre sus seguidores y un respeto genuino, incluso de sus adversarios.

Programa del Gobierno Popular: transformaciones para una sociedad justa

El martes 3 de noviembre de 1970, Salvador Allende asumió la presidencia de Chile al frente de la coalición de la Unidad Popular. Su programa de gobierno, que reflejaba su compromiso ético con los más desposeídos, incluía 40 medidas que se pondrían en práctica una vez electo, transformaciones sociales que no tenían precedentes en la historia de Chile.

Una de las más emblemáticas fue la distribución incondicional de medio litro de leche diario a cada menor de 15 años, una iniciativa que logró bajar significativamente la mortalidad infantil en un país donde la desnutrición era un problema grave. Esta política no fue solo un acto de caridad, sino la manifestación concreta de su visión de que el Estado tenía una obligación moral de actuar como un agente de equidad, corrigiendo los desequilibrios inherentes al sistema capitalista. Otras medidas de gran impacto social incluyeron:

– Protección a la familia: Se propuso la creación de un Ministerio de Protección a la Familia.

– Educación y salud: Se planteó la educación gratuita con el lema “El niño nace para ser feliz” y se planeó la instalación de consultorios materno-infantiles en todas las poblaciones, con el fin de eliminar las trabas burocráticas que dificultaban la atención médica.

– Medicina gratuita en hospitales: Se propuso suprimir el pago de medicamentos y exámenes en los hospitales públicos.

En el ámbito económico, el gobierno de Allende inició la construcción del “Área Social” nacionalizando industrias estratégicas como el acero, el carbón y el salitre. Prácticamente todos los bancos y, lo más importante, las cinco grandes minas de cobre—la principal riqueza nacional—fueron nacionalizados.

Esta medida no solo fue un acto de soberanía económica, sino una manifestación de su ética de la justicia, buscando devolver al pueblo chileno el control sobre sus propios recursos. El gobierno también dio un fuerte impulso a la construcción de viviendas y aceleró la Reforma Agraria, que buscaba corregir desigualdades históricas en la tenencia de la tierra.

En política exterior, Allende se posicionó y estableció relaciones con diferentes países, incluyendo Cuba y China, sin romper con ninguna nación. Esta postura, audaz en el contexto de la Guerra Fría, reflejaba su visión de un mundo multipolar y su rechazo a someter la soberanía nacional a los intereses de extranjeros.

El Estado y la burguesía: La fragilidad de la democracia liberal

El Estado y la burguesía: La fragilidad de la democracia liberal

El golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 fue el desenlace inevitable de una confrontación de clases donde la burguesía chilena, en alianza con el imperialismo estadounidense, demostró que su adhesión a la democracia es condicional y utilitaria. Para estas fuerzas, la democracia es un sistema válido solo mientras garantiza su hegemonía y la acumulación de capital.

Cuando un gobierno legítimamente electo, como el de la Unidad Popular, comenzó a implementar su programa y a desmantelar esa hegemonía a través de la nacionalización y la redistribución, las élites oligarcas no tuvieron reparo en recurrir a la fuerza para defender lo que consideraban suyo por derecho.

La oligarquía chilena, viéndose privada de sus beneficios, no tardó en movilizar todos sus recursos. Huelgas patronales, boicots económicos, sabotajes a la producción y una campaña mediática de terror fueron las primeras fases de la guerra encubierta. Los medios de comunicación, en su mayoría propiedad de estas élites, se encargaron de crear un clima de caos e inestabilidad, magnificando los problemas económicos y silenciando los logros sociales del gobierno de Allende. Instituciones como el Congreso y el Poder Judicial, se utilizaron como herramientas de obstrucción, negando fondos, bloqueando leyes y creando un clima de ingobernabilidad.

La lección aquí es que un gobierno revolucionario que llega al poder por vías democráticas no puede asumir que su base legal lo protegerá. Al contrario, las fuerzas del viejo orden utilizarán la misma legalidad para socavarlo. Por lo tanto, es estratégico cambiar la base legal y asumir que la defensa del Estado no puede ser un acto pasivo, sino una acción constante y de activa profilaxis para neutralizar a los enemigos que operan desde dentro y desde fuera.

La sombra del imperio: la intervención de estados unidos

El papel del imperialismo estadounidense en el golpe de Estado es un factor crucial y documentado que demuestra cómo el poder hegemónico traiciona sus propios enunciados en pos de sus intereses. Washington, bajo la administración de Richard Nixon y Henry Kissinger, no podía permitir que un gobierno socialista triunfara pacíficamente en Latinoamérica. Esto hubiera creado según ellos un precedente peligroso, demostrando que era posible construir una sociedad socialista sin la necesidad de una revolución armada, lo que habría deslegitimado la retórica anticomunista de la Guerra Fría.

La lógica de Nixon y Kissinger no se basaba en la democracia o la libertad, sino en el poder.  La frase que se le atribuye a Kissinger en una reunión del “Comité de los 40” en 1970 es lapidaria: “No veo por qué tenemos que quedarnos de brazos cruzados y ver a un país volverse comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”.

Esta declaración encapsula la esencia de la política imperialista: la autodeterminación de un pueblo es irrelevante cuando choca con los intereses estratégicos y económicos de Estados Unidos. A través de la CIA, se implementó una estrategia de “hacer chillar la economía” de Chile para generar el descontento popular necesario para justificar una intervención militar.

El Informe de la Comisión Church, un documento oficial del Senado de EEUU de 1975, reveló en detalle la magnitud de las operaciones encubiertas. El informe confirmó que la CIA y otras agencias estadounidenses financiaron a partidos de la oposición, medios de comunicación y organizaciones sindicales para fomentar la desestabilización, siendo el golpe de Estado la culminación de un plan de guerra encubierta.

Esta realidad histórica nos obliga a revisar que la tesis de la experiencia chilena sobre la posibilidad de una transición pacífica al socialismo demostró ser tácticamente vulnerable. La principal lección para las fuerzas populares es que la conquista del poder del Estado a través de las urnas es solo el primer paso. Una vez conquistado, el poder del Estado debe ser utilizado con todos sus medios para defenderse de los contraataques de las clases dominantes. La creencia de que la burguesía y sus aliados respetarán las reglas del juego democrático hasta el final, es un engaño.

Salvador Allende: la ética de un legado político

La coherencia de Allende alcanzó su máxima expresión en sus últimas horas. Ante el inminente golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, rechazó con firmeza las propuestas de rendición y exilio. opciones que le habrían salvado la vida a cambio de su dignidad. En su último discurso, emitido desde una radio sitiada, no solo se despidió de su pueblo, sino que llamó a la lealtad a sus convicciones, advirtiendo que su sacrificio no sería en vano.

Su decisión de permanecer en La Moneda, defendiendo su gobierno y sus ideales hasta el final, fue el acto culminante de su ética y filosofía política, la expresión más pura de un compromiso moral absoluto.  Al elegir la muerte en lugar de la rendición, Allende se negó a legitimar el golpe de Estado militar que buscaba derrocar un gobierno legítimamente electo.

Su muerte se convirtió en un acto de soberanía personal y un gesto de resistencia histórica. Al caer, no perdió su honor ni traicionó sus ideales. Su sacrificio final significo una victoria moral, negándoles a sus oponentes la victoria completa y cimentando su lugar en la historia no solo de Chile, sino del mundo. El legado de Allende trasciende las políticas de su gobierno para residir en su inquebrantable disposición a vivir y morir por sus ideales.

Lecciones para el futuro

La historia del golpe de Estado en Chile sirve como una advertencia para las fuerzas revolucionarias del mundo. Demuestra que la democracia burguesa es un campo de lucha con reglas que los adversarios solo respetan cuando les conviene. El caso de Allende es una prueba irrefutable de que, ante la amenaza de perder el control, las clases dominantes y el imperialismo se quitan su máscara democrática y recurren a la violencia más cruda para restaurar su hegemonía.

La lección para el futuro es clara: la conquista del Estado debe ir seguida de una consolidación firme y sin vacilaciones, manteniendo una vigilancia constante, pues el poder no se comparte, se ejerce. La defensa de las transformaciones sociales requiere una vigilancia permanente a los adversarios, una movilización constante del pueblo y la disposición a usar todos los medios necesarios para proteger las conquistas del pueblo. Como argumentó el comandante Fidel Castro, “un pueblo revolucionario tiene el derecho y el deber de defender su revolución” con las armas si es necesario.

1 Comment

  1. Gracias, estimado profesor, por compartir esta reflexión de orden político y científica.
    Su aporte suma al estudio de la historia de Nuestra América, y enriquece los recursos documentales de nuestra formación como docentes comprometidos. El presidente Mártir, Salvador Allende, es un símbolo de coherencia ética y revolucionaria. Gracias, profesor.

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