
Edgar Palazio Galo (*)
La figura del comandante Carlos Fonseca Amador, fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), está vinculada al contexto sociohistórico en el que surgieron sus ideas y acciones. Nicaragua, a mediados del siglo XX, se caracterizaba por una marcada desigualdad social, dependencia económica y represión política.
Desde la intervención estadounidense a inicios del siglo XX y la posterior imposición de la dictadura somocista apoyada por los mismos yanquis, el país sufrió un estricto control en los aspectos económicos, políticos y culturales. Este sistema de opresión originó la concentración de riqueza en manos del somocismo y las élites oligárquicas, mientras que la población se encontraba en condiciones de pobreza extrema.
En el ámbito político, el régimen somocista funcionaba a través de la coerción y la manipulación, las elecciones constituían una farsa, la oposición era severamente reprimida y la Guardia Nacional, brazo armado de la dictadura, era temida y odiada por su papel en la represión y la tortura.
A pesar de este contexto opresor, surgieron diversas formas de resistencia, aunque dispersas y frecuentemente reprimidas, los movimientos estudiantiles, algunas organizaciones sindicales y voces intelectuales aisladas intentaron desafiar el orden vigente. Sin embargo, carecían de una dirección común y de una estrategia sólida para enfrentar al poder somocista.
Es en este entorno de represión sistémica y descontento latente, donde se forja la figura del comandante Carlos Fonseca. Su experiencia personal, al crecer en una familia de escasos recursos y ser testigo de desigualdades, fue fundamental. Su juventud se desarrolló en un ambiente de intensa actividad intelectual y política en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN), donde se adentró en el estudio del marxismo y la oposición al imperialismo.

En este panorama de fragmentación y búsqueda de un camino, la figura del General de Hombres y Mujeres Libres, Augusto C. Sandino, emergió como una inspiración crucial para Carlos Fonseca y su generación. Sandino, quien luchó contra la ocupación estadounidense durante las décadas de 1920 y 1930, simbolizaba la dignidad nacional, la resistencia antimperialista y la búsqueda de la justicia social. Su legado, a pesar de los esfuerzos de la dictadura somocista por borrarlo, continuaba como un mito fundamental de la resistencia en Nicaragua.
El comandante Carlos no solo revalorizaría el pensamiento de Sandino, sino que también lo adaptaría y actualizaría para las nuevas circunstancias, formando las bases ideológicas de un movimiento destinado a transformar profundamente la sociedad nicaragüense. La urgencia de contar con un sujeto colectivo que pudiera representar esta lucha se hacía cada vez más evidente, y sería su tarea principal de definirlo y forjarlo.
Marxismo y recuperación de Sandino
La creación del sujeto revolucionario por el comandante Carlos Fonseca surge de un exhaustivo trabajo teórico y político, basado en dos aspectos clave: el marxismo-leninismo como herramienta de análisis y acción, y la revalorización y reinterpretación del legado de Augusto C. Sandino como fundamento histórico y cultural de la lucha en Nicaragua.
El comandante Carlos, como muchos intelectuales y activistas de su tiempo, encontró en el marxismo un marco conceptual para desentrañar las complejidades de la sociedad nicaragüense. El análisis marxista sobre la lucha de clases, la explotación económica y las contradicciones inherentes al capitalismo brindaba un contexto para comprender la pobreza, la desigualdad y la dependencia que oprimían a Nicaragua.
El concepto de imperialismo, formulado por Lenin, resultó especialmente significativo al permitirle ubicar la dominación somocista dentro de un entramado global de poder, donde Estados Unidos tenía un papel central en la perpetuación de la dictadura somocista y la explotación de los recursos del país.
Más allá del enfoque económico, el marxismo ofreció a Carlos una perspectiva de la historia como un proceso dinámico, impulsado por las contradicciones sociales y la acción transformadora de las clases oprimidas. Esto implicaba que la opresiva situación en Nicaragua no era inmutable, sino una realidad susceptible de ser transformada mediante la lucha revolucionaria.
De esta concepción surgió la crucial noción de la vanguardia organizada, derivada del leninismo. Carlos comprendió que la transformación no sería espontánea, se necesitaba una fuerza revolucionaria disciplinada y consciente, capaz de organizar y dirigir al pueblo para la toma del poder. Esta vanguardia no solo se dedicaría a la acción directa, sino también a la formación ideológica del sujeto revolucionario, dotándolo de conciencia de clase y un propósito histórico claro.
Carlos comprendió que el marxismo, por sí mismo, no bastaba para movilizar al pueblo nicaragüense y las ideas teóricas necesitaban estar conectadas con la realidad histórica y cultural del país. En este contexto se vuelve fundamental la recuperación de Sandino como símbolo de la resistencia nacional, de la dignidad frente al imperialismo y de la aspiración a una sociedad más equitativa.
La dictadur a somocista había fracasado en su intento por borrar la figura de Sandino de la memoria colectiva, presentándolo como un bandolero. Carlos, con una perspectiva estratégica, revertió esta perversa narrativa, rescatando al General del olvido y elevándolo a la categoría de héroe nacional y precursor de la lucha revolucionaria.
La brillantez del comandante Fonseca residió en su habilidad para sintetizar el pensamiento marxista con el legado de Sandino, creando una amalgama orgánica y potente. Esta fusión permitió conectar el antimperialismo de Sandino directamente con la lucha contra el capitalismo transnacional y la dependencia económica.
Asimismo, la defensa del Héroe de la soberanía nacional se vinculó intrínsecamente con la imperiosa necesidad de romper con la dominación extranjera. Además, la lucha de Sandino por los humildes y los oprimidos resonó profundamente con la concepción marxista de la emancipación de las clases trabajadoras, forjando así una ideología robusta para la revolución nicaragüense.
Esta síntesis ideológica dotó al sujeto revolucionario una identidad firme y multifacética: una conciencia de clase informada por el marxismo, permitiéndole comprender las raíces estructurales de la opresión; y una identidad nacional y antimperialista inspirada en Sandino, que le otorgó un anclaje cultural y un profundo sentido de pertenencia histórica. Así, el sujeto revolucionario sería un combatiente con arraigadas raíces en la historia y la cultura del pueblo, inmerso en la lucha por la liberación y la justicia social.
Carlos no solo teorizó sobre esta síntesis, sino que la promovió de manera activa mediante la formación de cuadros, la escritura de documentos y la actividad política. La imagen de Sandino se erigió como el símbolo moral y político del incipiente FSLN, atrayendo a jóvenes, campesinos y estudiantes que encontraban en él un reflejo de sus deseos de justicia y libertad. La memoria de Sandino se convirtió en una fuerza que movilizaba, un elemento clave en la formación de la identidad colectiva del sujeto revolucionario que Carlos Fonseca imaginó y ayudó a hacer realidad.
La pedagogía revolucionaria: Conciencia, compromiso y disciplina
La forja del sujeto revolucionario, tal como la entendió el comandante Carlos, iba más allá de una simple adhesión ideológica. Implicaba un proceso activo de transformación interna y externa, una auténtica pedagogía revolucionaria diseñada para crear individuos con una profunda conciencia, un compromiso inquebrantable y una férrea disciplina.
En primer lugar, era esencial desarrollar una conciencia, ya que no era suficiente que el pueblo padeciera la explotación; era crucial que comprendiera las causas estructurales de su dolor e identificara al régimen somocista y al imperialismo como los responsables de su opresión. Esta conciencia no era innata, sino que debía cultivarse mediante un proceso de educación política constante.
El FSLN, bajo la guía de Carlos, se enfocó en esta misión, llevando el mensaje revolucionario a campesinos, trabajadores, estudiantes e intelectuales.
Pero no solo implicaba la difusión del legado sandinista, sino también el análisis concreto de la realidad nicaragüense, desenmascarando las mentiras del régimen somocista y mostrando las contradicciones del sistema. Esta educación se llevaba a cabo a través de diferentes métodos: reuniones clandestinas, grupos de estudio, lectura de textos revolucionarios, distribución de comunicados y acciones políticas.
Cada acto de resistencia, por pequeño que fuese, se convertía en una lección, brindando a las personas la oportunidad de entender la dinámica del poder y la necesidad de la lucha. Carlos destacaba que la participación activa en la lucha era esencial para formar conciencia, es decir, la teoría se afirmaba a través de la práctica.
El segundo elemento de esta educación era el compromiso. Una vez que se había alcanzado la conciencia, el sujeto revolucionario debía establecer un compromiso personal e inquebrantable con la causa. Este compromiso trascendía la simple empatía; requería la disposición para afrontar riesgos y dedicar la vida a la edificación de una nueva Nicaragua. El comandante Carlos, con su propio ejemplo de vida austera, su dedicación incansable y su coraje, fue un modelo vivo de este compromiso.
Para él, el compromiso era una decisión consciente y sostenida, impulsada por la convicción de la causa. Se buscaba crear una identificación profunda con los objetivos revolucionarios, de modo que la lucha del FSLN se convirtiera en la propia lucha del individuo. Esto implicaba también una ruptura con los valores individualistas y egoístas promovidos por el sistema opresor y la adopción de una ética basada en la solidaridad y servicio colectivo.
Finalmente, la disciplina representaba el tercer aspecto fundamental. En la lucha contra un régimen que empleaba una represión brutal, la disciplina era crucial para la supervivencia y el éxito del movimiento revolucionario. La disciplina se entendía como la adhesión consciente a las directrices del Frente Sandinista y a los principios de la lucha.
Esto incluía la confidencialidad, la seguridad, la obediencia a las estructuras de mando y la cohesión interna. La disciplina forjaba la unidad de acción, permitiendo al FSLN operar como un cuerpo único, coordinado y eficaz. Asimismo, la disciplina implicaba una autodisciplina personal, control sobre las emociones, perseverancia y la capacidad de enfrentar privaciones y represión.
En esencia, la pedagogía revolucionaria de Carlos Fonseca buscaba crear un hombre nuevo y una mujer nueva, concepto que resonaba con las ideas del comandante Che Guevara. Este nuevo sujeto no sería simplemente un militante, sino un agente del cambio social, con una conciencia política clara, un compromiso moral inquebrantable y una disciplina operativa que le permitiera ser efectivo en la lucha.
La organización como vanguardia: El FSLN y la cohesión del sujeto
La visión de Carlos sobre el sujeto revolucionario iba más allá de la formación personal; sabía que la capacidad transformadora de las personas se maximizaba al integrarse en una estructura organizada: el FSLN, la vanguardia que aglutinaría, dirigiría y potenciaría la energía de los revolucionarios, actuando como el cerebro y el brazo ejecutor de la lucha. Para Carlos, la organización era crucial por diversas razones. Primero, la magnitud del reto que representaba la dictadura somocista, respaldada por el imperialismo, necesitaba una respuesta coordinada y potente.
La resistencia atomizada, por más heroica que fuera, estaba destinada al fracaso. Solo una organización unificada podía enfrentar la represión sistemática del régimen somocista. Segundo, la organización proporcionaba un espacio para la socialización y el fortalecimiento de la conciencia y el compromiso. Dentro del FSLN, los militantes no solo recibían formación, sino que también vivían y actuaban bajo principios revolucionarios, reforzando colectivamente sus convicciones.
El FSLN, dadas las severas condiciones de represión, se concibió como un movimiento clandestino y rigurosamente estructurado. La protección y la compartimentación eran esenciales para su supervivencia. Carlos impulsó un enfoque donde la disciplina y el respeto a las órdenes de los líderes se fusionaban con el debate interno y la autocrítica. A pesar de una estricta jerarquía, se valoraba la iniciativa y la creatividad de los miembros en la ejecución de las actividades.
Es importante señalar que uno de los aportes de Carlos fue su insistencia en que todas las fuerzas opositoras al somocismo se unieran bajo un mismo liderazgo. Reconoció la variedad de formas de descontento –estudiantes, trabajadores, campesinos, intelectuales y hasta algunos de la pequeña burguesía– y trató de fusionar sus luchas específicas en un objetivo revolucionario compartido. El FSLN se definía como un movimiento de liberación nacional que abogaba por los intereses de las amplias mayorías oprimidas. Esta estrategia de un frente amplio fue clave para reunir fuerzas y ganar legitimidad.
Además, se debe destacar que el FSLN siempre se caracterizó por preservar su memoria histórica y la continuidad de su ideología. A pesar de la caída de líderes, las detenciones y los periodos de debilidad, la sólida estructura organizativa facilitaba la conservación del conocimiento y la transmisión de la línea política. Carlos, incluso desde el exilio o la cárcel, siguió siendo el principal pensador y organizador, enviando mensajes y directrices que mantenían unida a la vanguardia.
En conclusión, para Carlos Fonseca la organización no era un objetivo por sí mismo, sino una herramienta esencial para que el individuo revolucionario se transformara en un colectivo capaz de cambiar la realidad. El FSLN se estableció como el espacio donde la conciencia, el compromiso y la disciplina personal se convertían en fuerza colectiva, donde la teoría se hacía acción y donde la visión de una nueva Nicaragua comenzaba a hacerse realidad a través de la cohesión y determinación de su vanguardia. La fortaleza del FSLN, forjada bajo la guía de Carlos, sería fundamental para el eventual derrocamiento de la dictadura somocista.
El sacrificio y la resiliencia
La formación del sujeto revolucionario bajo la égida de Carlos, fue un proceso caracterizado por una resiliencia inquebrantable. Él comprendía que la auténtica conciencia y el compromiso se desarrollaban en la adversidad, al enfrentarse directamente al aparato represivo de la dictadura somocista. Esta prueba decisiva era esencial para establecer la identidad y el poder del sujeto revolucionario.
Desde sus comienzos, el FSLN y sus miembros sufrieron una represión feroz por la guardia somocista y la clandestinidad se volvió una forma de vida, marcada por la constante amenaza de la captura y la muerte. Renunciar a la vida familiar, a las comodidades, a la seguridad y, en última instancia, a la propia vida, era una expectativa implícita para quienes abrazaban la causa revolucionaria.
Carlos Fonseca, mismo, fue un ejemplo paradigmático de este sacrificio. Vivió largos períodos en la clandestinidad, sufrió la prisión y el exilio, y finalmente entregó su vida en combate. Su figura encarnaba la idea de que el verdadero revolucionario estaba dispuesto a darlo todo por la liberación de su pueblo. Este ejemplo de abnegación no era solo un modelo a seguir, sino también un poderoso factor de cohesión.
Más allá del sacrificio personal, la lucha contra el somocismo exigió una extraordinaria resiliencia colectiva. El FSLN sufrió duros golpes: caídas de dirigentes, desarticulación de estructuras, períodos de debilidad y aislamiento. Sin embargo, la visión de Carlos, su insistencia en la continuidad de la lucha y la formación de nuevos cuadros permitió que el FSLN se levantara una y otra vez y continuara la lucha. La resiliencia no era solo la capacidad de soportar los golpes, sino de aprender de los errores, reorganizarse y volver al combate con mayor fuerza y determinación.
La memoria de los caídos también jugó un papel crucial en la forja de esta resiliencia. Cada mártir no era olvidado, sino que se convertía en una fuente de inspiración y en un compromiso ineludible para continuar la lucha. Los sacrificios individuales se inscribían en una narrativa colectiva de heroísmo y perseverancia, reforzando la convicción en la victoria final. Hay que tener en cuenta que la represión no solo buscaba aniquilar físicamente al movimiento revolucionario, sino también desmoralizarlo y fracturarlo psicológicamente.
En este sentido, la capacidad de los militantes para mantener la moral alta, la esperanza viva y la fe en la victoria a pesar de las torturas y las pérdidas, fue una victoria en sí misma. La educación política y la conciencia ideológica, inculcadas por Carlos Fonseca, proporcionaron a los revolucionarios un marco de sentido que les permitía interpretar el sufrimiento y el sacrificio no como una derrota, sino como una parte del camino hacia la liberación.
En suma, el sacrificio y la resiliencia fueron elementos constitutivos en la forja del sujeto revolucionario. A través de la confrontación con la muerte y la perseverancia ante la derrota aparente, los sandinistas internalizaron la profundidad de su compromiso, templaron su carácter y consolidaron una identidad colectiva indomable. La sangre derramada y el sufrimiento soportado se convirtieron en el cimiento sobre el cual se edificó la victoria final de la Revolución Popular Sandinista.
Del triunfo al proceso de transformación con el GRUN
El 19 de julio de 1979 marcó el derrocamiento de la dictadura somocista, culminando décadas de lucha y sacrificios del FSLN. Este evento no solo significó una victoria militar, sino también la materialización del sujeto revolucionario que Carlos había forjado. Sin embargo, el triunfo revolucionario no fue el fin del camino, sino el inicio de una nueva etapa para este sujeto revolucionario.
La tarea ya no era derrocar un régimen, sino construir una nueva sociedad. La primera fase de la revolución implicó desafíos inmensos: la reconstrucción económica de un país devastado, la implementación de programas sociales para las mayorías empobrecidas (salud, educación, reforma agraria), la defensa de la soberanía nacional frente a la agresión externa, y la consolidación de un nuevo orden político.
La visión de Carlos Fonseca sobre el sujeto revolucionario, con su énfasis en la conciencia, el compromiso y la disciplina, así como su profunda vocación de servicio al pueblo, ha dejado una marca indeleble en la identidad sandinista. Hoy, en esta segunda fase de la Revolución, con el Gobierno de Reconciliación y Unidad Nacional, su legado continúa siendo una guía fundamental para las nuevas generaciones que trabajan por transformar la sociedad nicaragüense.
Su pensamiento inspira la lucha continua contra la pobreza, las injusticias y la defensa de la soberanía nacional, principios esenciales que guían la agenda del GRUN. La reflexión final sobre la construcción del sujeto revolucionario por Carlos Fonseca nos lleva a reconocer que su labor fue mucho más que la formación de un contingente de guerrilleros. Fue la gestación de una nueva conciencia colectiva, una identidad forjada en la resistencia y el sacrificio, y un compromiso inquebrantable con la emancipación.
En este 89 aniversario de su natalicio, su legado constituye una parte viva del patrimonio revolucionario de Nicaragua. Es un recordatorio de que la verdadera liberación radica en la capacidad de un pueblo para forjar su propio destino, tal como lo soñó y enseñó, y como se impulsa a través del proceso de transformación social que lidera el GRUN.
(*) Profesor Titular UNAN Managua. Departamento de Extensión y Vinculación Social. Profesor de pensamiento político y teoría del Estado.