
Wilfredo Navarro (*)
Es necesario que todos los nicaragüenses valoremos la profundidad del significado, del valor histórico y la trascendencia de la batalla que se realizó el 14 de septiembre de 1856 en la Hacienda San Jacinto, durante la guerra nacional contra el filibustero yanqui William Walker. No podemos verla como una fotografía estática, simple, descarnada. Tiene un contenido cívico y de conciencia patriótica, que es fundamental para conocer la proyección que tiene en el futuro del país.
Tenemos que reconocer la magnitud histórica y patriótica de esa epopeya, que impacta firmemente: en nuestra identidad nacionalista y antimperialista; en el fortalecimiento de la decisión que tenemos los nicaragüenses de defender la dignidad y soberanía nacional en todo momento; en la celebración y recordatorio del 169 Aniversario de la Batalla de San Jacinto.
Debemos estar claros del valor de ese hecho glorioso que sobrepasa lo militar para darnos el contexto de autodeterminación, de soberanía, porque es un eslabón fundamental del recorrido en la historia de la lucha del pueblo nicaragüense. Trasciende el recuerdo histórico, y su ejemplo debemos llevarlo a la práctica constantemente por el nacionalismo y patriotismo.
No es un simple combate en el tiempo. Es la proyección de un pueblo unido que puede derrotar al invasor, superior en recursos y técnicas, pero faltos en dignidad y valor. Nos demuestra que los enemigos extranjeros no son invencibles. Que con la unidad podemos enfrentar los desafíos del futuro. Es la lucha por la soberanía, por la igualdad. En San Jacinto se enarbola el símbolo de la fortaleza de un pueblo unido, para derrotar al invasor y a los traidores.
Si revisamos en los anales de Nicaragua, encontraremos hechos, acciones, gestas, llenas de patriotismo y valor en la defensa de la libertad, la paz, dignidad y la integridad territorial. Pero, asimismo, en el devenir de nuestros tiempos, se han planteado situaciones donde la traición, la envidia, las ansias de poder y la ambición política han llevado a diferentes personajes a romper con la institucionalidad, provocar guerras, poniendo en riesgo nuestra identidad de país y la soberanía, al traer a extranjeros para que les entregue el poder político.
Ejemplos de vendepatrias los encontramos en los Emilianos Chamorro y los Adolfos Díaz que pedían a gritos y trajeron la intervención yanqui. En el cura Agustín Vijil, de Granada, que llamó a Walker “Ángel tutelar de la paz” o como lo llamaban después “El predestinado de los ojos grises”.
Símbolo de resistencia y unidad nacional
Ante estas situaciones y estos traidores, surgen líderes y personajes que, junto con el pueblo, han rescatado el amor patrio y la dignidad. Son momentos en que se deponen diferencias políticas de todo tipo, por la defensa de nuestro suelo patrio, preservando la identidad nacional, rescatando la paz.
San Jacinto es un símbolo de resistencia y unidad nacional frente a la amenaza extranjera. En dicho enfrentamiento se demostró que, más que las armas y la superioridad numérica de las tropas, vale más la unidad de un pueblo y su amor a la patria. Se reafirma la voluntad de lucha de una nación, su espíritu de sacrificio que no se somete y que combate sin temor a la muerte, en la defensa del suelo patrio y su dignidad. Su ejemplo debe motivar a las nuevas generaciones en el amor a Nicaragua, comprometiéndonos con la defensa del país y sus valores.
Nos demuestra que la patria se defiende desde todos los espacios posibles donde cada uno de nosotros tiene un rol determinante que cumplir. Es un modelo de compromiso y heroicidad. José Dolores Estrada demostró que, a pesar de las limitaciones, se podía vencer y expulsar con arrojo y gallardía al invasor, superiores en número, armas y formación militar. Con un profundo amor a su patria decía: “Moriré en mi puesto, antes que abandonar el campo. Cumpliré mi deber de soldado”.
Una piedra en San Jacinto pudo más que un fusil. Fue como la honda de David que venció al gigante filisteo Goliat. Esa piedra representa la fortaleza y el ingenio de un pueblo que, ante las adversidades y desigualdades, improvisa, actúa, se defiende con lo que tiene al alcance. Andrés Castro con su piedra nos dice que los nicaragüenses estamos obligados a defender la soberanía nacional a costa de cualquier precio.
Lo acontecido en ese lugar encarna el espíritu de una nación, y demuestra que cualquier ciudadano tiene un lugar para aportar a la defensa de los valores nacionales. Debemos recordar a Faustino Salmerón que ejecutó a Byron Cole, jefe de la tropa yanqui, que huía, lo persiguió y alcanzó en la hacienda San Ildefonso. El esfuerzo de Francisco Gómez, que murió de cansancio persiguiendo a los filibusteros. Al campista Joaquín Artola que, montado a pelo de su bestia, lazó y ahorcó a varios invasores. El sacrificio y heroísmo de los indios flecheros de Matagalpa.
El amor a la patria es parte de la esencia de un pueblo que vive en libertad. Es una enseñanza permanente para todos, de que no se debe descuidar la defensa de la nación ante cualquier ataque o amenaza de los traidores a la patria o de los invasores. Reafirma nuestra identidad, valores y costumbres, pues la acción de San Jacinto gira totalmente en torno a la protección de nuestra Nicaragua y su soberanía.
Paradigma en defensa de la nación
Hay que construir, educar, forjar una conciencia cívica que nos obligue a todos a ser un escudo de nuestro suelo patrio. Esa gesta es una fuente inagotable de lecciones y experiencias que nos guían a la defensa del país. Lo repetimos: más que un enfrentamiento militar, es un emblema de resistencia, valentía y decoro ante la desigualdad. Es una ofensiva de principios, valores, que aniquiló la fuerza y el poder invasor.
Fue una lucha por la independencia, autodeterminación, contra el imperialismo. Triunfó el nacionalismo, la unidad ante la adversidad y la traición. Fue la valentía y pundonor de un pueblo casi desarmado, enfrentando fuerzas poderosas que pretendían arrebatarnos la libertad. Esa acción nos fortalece en la voluntad de resistir con firmeza ante las amenazas de todo tipo que atenten contra nuestras raíces, nuestro ser nacional, nuestra dignidad.
En esa hacienda se luchó por una patria, por un pueblo, por una nación, por el futuro. La unidad y el sacrificio vencieron al poderoso. Es por ello que es un pilar fundamental de nuestra historia y de nuestro orgullo. Un paradigma a seguir en defensa de nuestro país, que rechazó el sometimiento a la bota invasora. Gracias a San Jacinto y su ejemplo es que somos libres. Recordamos nuevamente a José Dolores Estrada arengando a sus tropas a luchar en defensa del orden y la libertad, diciendo: “Estamos defendiendo la causa santa de quienes sostienen la ley frente a los traidores”.
La hacienda y el lugar del enfrentamiento, para los nicaragüenses no debe ser un lugar turístico y de paseo. Es un templo al heroísmo y al patriotismo, donde un grupo de valientes enfrentaron y derrotaron la intervención extranjera, inmolándose, muchos de ellos, en el altar de la patria. Debe ser un lugar donde lleguemos a reafirmar nuestras convicciones de dignidad, sacrificio y amor a nuestra tierra, comprometiéndonos a ser dignos herederos de los guerreros de San Jacinto.
En síntesis, San Jacinto es símbolo de lucha, entrega, resistencia, heroísmo, unidad, patriotismo, valentía, dignidad, defensa de la soberanía, determinación frente a la adversidad. Es una guía del amor a la patria que debemos seguir todos los nicaragüenses.
En este 169 Aniversario, que nuestro compromiso con la paz, el progreso y el desarrollo de Nicaragua continúe. Que nuestra responsabilidad con la defensa de la soberanía y de los valores nacionales sea constante, rechazando todo tipo de injerencias extranjeras en nuestras decisiones, para poder continuar construyendo un país socialista, cristiano y solidario. Que los héroes de San Jacinto y su valentía nos guíen en nuestros esfuerzos.
Siempre más allá.
(*) Abogado y notario, diputado sandinista).